A lo largo de nuestra vida hay épocas buenas y épocas malas que tarde o temprano terminan por aparecer. Parece que una de las épocas que se consideran bastante malas es cuando somos conscientes de nuestros errores y defectos. Descubrir esas malas tendencias que todos tenemos dentro y que crecen como malas hierbas nos pueden crear una soledad interior malsana.
Un día un hijo preguntaba a su madre: "Mamá, ¿por qué es más fácil hacer las cosas malas que las buenas?"... Es una pregunta que tiene su miga. ¿Qué es más fácil, quedarse dormido o levantarse temprano para ir al colegio? ¿Es más fácil quedarse a ver la televisión o levantarse temprano para hacer deporte? ¿Es más fácil ignorar al enfermo o ir a cuidarlo? Creo que la respuesta correcta es: que lo fácil y cómodo no suele ser, ni mucho menos, lo correcto. Y cuando tienes claro lo que es correcto y coherente, lo que parece más difícil deja de serlo y se convierte en parte de tu vida. Te levantas porque tienes que trabajar o estudiar y punto y final... O vas a ver a tus familiares enfermos porque su necesidad de compañía es mucho más importante que el hecho de que a tí te apetezca o no; tus "apetencias" pasan a un segundo -o tercero o cuarto- plano.
Otro día, después de una riña, un niño se sentía muy mal. Le preguntó a sus padres: "¿Se podría rebobinar la vida?" También tiene gracia esa pregunta. Le hubiera encantado rebobinar para evitar el mal que había causado. Lástima que no podamos a veces dar marcha atrás y rectificar nuestros errores...
Como decía antes, a veces te produce una terrible soledad ser consciente de tus defectos. Pero como bien dicen los sabios, esa angustia se combate aceptando nuestra propia realidad. Para ello es fundamental la fortaleza: procurar hacer nuestras obligaciones lo mejor posible, y no dar demasiadas vueltas a los propios defectos y a los defectos de los demás. Es importante valorar las cosas buenas que da la vida: un cielo estrellado, un sol calentándote la cara en una mañana fría, el piar de un gorrioncillo, la sonrisa de un niño, o simplemente ver que eres capaz de hacer feliz al que está triste. Y todo lo que acabo de enumerar no tiene precio (vamos, que nos puede salir gratis, no hace falta tener grandes fortunas ni grandes negocios).
En un artículo de Moreno Iturralde -artículo en el que me he basado hoy para escribir esta entrada-, hace una reflexión muy interesante: dice: "Si a uno le duele bastante su vida en algún aspecto, es bueno asesorarse con alguna persona que merezca nuestra confianza. No siempre hay por qué apechugar con pesos muy costosos, pero conviene asesorarse antes de tirar un pesado saco de piedras, no vaya a ser que se trate de diamantes"... El otro día hablaba con unos amigos sobre la enfermedad y los problemas en general. ¿Es posible mirar la enfermedad y los problemas, no como un castigo, sino como una oportunidad para superarse a sí mismo, para afianzar lazos de amistad y de familia, y una manera de madurar y ver la vida de otra forma, de verla de Verdad? Mi respuesta es SI, sin ninguna duda.
Para concluir, os transcribo una "mini oración" que me parece muy propia para terminar esta entrada; dice así: "Dame serenidad, Señor, para aceptar las cosas que yo no puedo cambiar, valentía y empuje para cambiar las que sí puedo cambiar, y sabiduría necesaria para discernir entre ambas".
Feliz año Mª dolores
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